Se esforzó por saltar y conseguir otra rama con hojas de las cuales beber las escasas gotas que conseguían con ese método. - No lo sé - respondió ante la pregunta de Katherina, pensativa - Creo que lo leí en un libro - murmuró. No podía ser de otra forma, pasaba con su nariz pegada a ellos, aunque los que trataban de supervivencia no eran lo suyo. Tal vez lo había visto en el campamento, no recordaba bien.

Para dormir, encontraron un árbol de grandes hojas y tronco peludo, como si en lugar de madera estuviera compuesto por gruesos hilos que formaban grandes cuevas en su interior. Miraron dentro y, tras espantar a unos bichos, pudieron acomodarse dentro. Irén pensaba que haría algo de frío, por la niebla que debió mojar esas hojas de las cuales bebieron, y transmitió su preocupación a Katherina para que encontraran algunas ramas con las cuales taparse. No se dio cuenta cuando se quedó dormida en medio de la oscuridad y la incomodidad de aquel improvisado refugio.

Cuando despertó, un pájaro cantaba sonoramente, y ella se sobresaltó. Le tomó algún tiempo recordar dónde estaban, y su estómago rugió hambriento. Se sentía débil, necesitaba comer urgentemente. Le tomó otro rato gatear fuera de allí, quitarse las ramas y ramitas de encima y ponerse de pie. Cuando lo hizo, se mareó y tuvo que apoyarse del tronco para no caer. Se sentía muy débil y adolorida, pero aún así debían ponerse en marcha. - Sigamos - murmuró con un hilo de voz a Katherina - Tal vez podamos encontrar a alguien más - musitó. Si no conseguían alimentos pronto, les iría muy mal.

Volvió a intentar beber algo de las hojas, pero apenas le sirvió. Caminaron un poco más por un terreno plano, y luego comenzaron a descender por una suave pendiente. En medio del ramaje del bosque, pudieron escuchar unos pasos, e Irén se detuvo haciéndole una seña a Katherina. - Creo que hay alguien  - susurró mirando a la izquierda con cautela.

A medida que caminan la isla aprieta su abrazo en torno a ellos. Ulrik empieza a sentir la carga del cansancio, el hambre, la sed y el sueño sobre sus hombros, pero no dice nada en voz alta por puro orgullo. También cree que si permite que esas debilidades dominen sus pensamientos cederá al pánico. Es un hombre. Tiene que ser fuerte.

El terreno que pisan es virgen. Le cuesta arrancar sus secretos y el paso de la ola no facilita el trabajo. Nervioso, husmea por los alrededores y observa la posición del sol. El mar los ha debido de empujar hacia el interior de la isla. Por algún lugar debe de haber una montaña a la que trepar. Ulrik dirige una mirada suspicaz hacia los árboles. ¿Sería capaz de llegar hasta la copa? De pronto recuerda que tiene compañía al escuchar una infantil vocecilla cerca suya.

"¿Qué estás haciendo? ¡Y deja de llamarme así!" Le obliga a soltar el fruto de un manotazo. "No pienso cargar con tu apestoso cadáver a ningún lado." Para que el niño deje de molestar, le da algunas instrucciones. "Necesitamos reponer fuerzas. Tenemos que encontrar agua. Descansaremos aquí un rato; intentaré hacer un fuego, para secarnos, y tú... ¿has dicho que sabes recoger bayas? Pues busca por los alrededores, pero no te separes mucho de aquí."

Mientras tanto, Ulrik busca ramas, hojarasca y algunas piedras. Necesita un palo lo más seco y plano posible, y otro con una forma afilada. Piensa con nostalgia en lo bien que le habría venido la navaja. Con toda la paciencia que es capaz de reunir, araña con una piedra el palo base donde colocará un nido de hierbajos secos. A partir de ahí encaja la rama con la punta afilada, concentrado, y se pone a frotar con movimientos rotativos la madera. Unos minutos más tarde sale algo de humo, pero, para su frustración, no llega a crear fuego y se extingue enseguida. A base de numerosos, agotadores intentos, y mucha paciencia, por fin consigue que los hierbajos prendan. Su exaltación es contagiosa. Las llamitas lamen los palos con timidez ante la brillante mirada del chico. Llama a su compañero, con una seca orden: "Vamos a quitarnos la ropa y dejar que se seque ante el fuego."
A Ulrik le desagrada la idea de estar semidesnudo delante de alguien. No obstante, están mojados y podrían coger múltiples y dolorosas enfermedades. "A ver, enséñame que has conseguido."