Caminaba de puntitas por los pasillos de la mansión, con tanto sigilo como le era posible. Acababa de cumplir seis años y su papá le había dicho que ya no podía ir a dormir con Balász, ya era un niño grande. Pero su resolución de ser obediente para agradar a su padre, duró lo que dura el postre en su plato. Se había levantado en mitad de la noche, abandonando su habitación con la compañía de su peluche de conejo que Zveta le había regalado por su cumpleaños. Estaba oscuro y hacía frío, pero era valiente. Los fantasmas no existen.

Aunque las criadas solían decir lo contrario. Una propiedad tan antigua como lo es la mansión Báthory, siempre levanta sospechas y rumores, decían, entonces, que estaba embrujada.

Markov se detuvo a mitad de camino cuando escuchó que alguien lo llamaba. Se mordió el labio inferior, quizás su mamá lo había descubierto y ahora lo regañarían por estar fuera de la cama; así que esperó, pero el pasillo estaba desierto. — Es el viento, Lász dice que los fantasmas no existen. – se dijo en voz alta con una resolución infantil inquebrantable, sabiendo que su hermano estaba en lo correcto. Pero de nuevo, volvió a escuchar su nombre y se fijó que al final del pasillo había una luz que se filtraba debajo de la puerta de la biblioteca. Al fijarse por la puesta entreabierta, todas las luces estaban encendidas como si alguien se hubiera olvidado de apagarlas.

— ¿Mami? – llamó en voz alta y las luces se apagaron.

Ahogó un gemido y abrazó fuerte su conejito, cerrando los ojos. Muy quieto en su lugar.

Los fantasmas no existen.

Volvió abrir los ojitos cuando no sintió nada y en la sempiterna oscuridad, divisó un brillo plateado. Un espejo de mano estaba en el suelo, el cristal se había agrietado en los bordes y estaba muy sucio. Parecía muy antiguo.

Al verse en el espejo, sólo está su reflejo, pero por un momento le pareció ver a alguien más. Se giró sobre sus talones y la vio, una mujer caminando a través de los estantes.

— Mamá… - pero no era su mamá, aunque le parecía terriblemente familiar. Vestía toda de blanco, hasta su pelo era de ese color recogido en un gran moño. La mujer era hermosa y le dedicó una sonrisa casi tierna que Markov devolvió con timidez. No sentía miedo al estar delante de una mujer que desapareció en un parpadeo.

Con una emoción extraña en su pecho, corrió hasta la habitación de su hermano y sacudió su hombro buscando despertarlo. — Lász, Lász ¡Despierta! Hay un fantasma, ven, mira. En la biblioteca ¡Yo lo vi! ¡Los fantasmas sí existen!